Después de varias semanas sin encontrarnos volvemos con nuestros martes de lecturas. Aprovechando la efeméride del día de los lectores y las lectoras y del 121° aniversario del natalicio de Jorge Luis Borges, hoy vamos a leer un cuento magistral que nos remite al mundo de los mitos grecolatinos. En esta oportunidad leeremos “La casa de Asterión”, de Jorge Luis Borges.
¿Quién fue Jorge Luis Borges ?
Este escritor es sin duda el más reconocido y celebre autor de nuestro país. Nació el 24 de agosto de 1899 y falleció en junio de 1986 en Ginebra, Suiza. Desde muy pequeño vivió rodeado de libros y del mundo de la ficción. Amaba las bibliotecas y leer por sobre todas las cosas, es por ello que se instauró como día de los lectores y lectoras el 24 de agosto, el día de su cumpleaños.
Escribió muchos textos, sobre todo cuentos y poemas. Nunca escribió novelas. Fue reconocido con el Premio Cervantes en 1979, el máximo galardón en lengua hispana. Mientras vivió fue muy respetado en el ámbito literario y admirado por ello, dio clases en universidades de nuestro país y del exterior, además de ocupar diferentes roles ligados el mundo de las letras. Para muchas personas Borges es sin dudas el mejor escritor de Argentina.
El mito previo: el Minotauro
El Minotauro era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro que había nacido de la unión de
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Asterión, el minotauro |
la reina cretense Pasifae y el fabuloso toro blanco que Poseidón había entregado a su marido el rey Minos. Su verdadero nombre era Asterión. Pese a la orden de sacrificarlo en su honor, Minos desobedeció al dios y lo mantuvo en su corte con desastrosas consecuencias. Minos se avergonzó tanto de la existencia de esta criatura, cuyo nombre significaba «toro de Minos», que lo encerró en un complejo llamado Laberinto construido por Dédalo. Allí, la criatura tenía siete jóvenes y siete doncellas atenienses para devorar cada nueve años. Teseo, con la ayuda de la hija de Minos, Ariadna, acabó con esta práctica cuando buscó a la bestia en el Laberinto y acabó con ella, encontrando luego la salida gracias al hilo que su amante le había dado al entrar en el complejo.
Intertextualidad:
Llamamos intertextualidad a la relación que los textos pueden establecer entre sí. Por ejemplo, cuando un relato se "hace eco" de otro texto. En el caso de este cuento, vemos cómo Borges se vale del mito del Minotauro para poder escribir su historia. Se establece así una relación de intertextualidad entre ambos.
Guía de trabajo: “La casa de Asterion”, de Jorge Luis Borges
1. ¿Qué ocurre con el protagonista al final de la historia?
2. ¿Quién cuenta el relato durante casi todo el cuento? ¿Quién lo cuenta al final?
3. Considerando tu anterior respuesta ¿Qué tipo de narradores posee este cuento?
4. ¿Te parece importante conocer el mito antes de comenzar con la lectura?
5. ¿Qué sensaciones tenés sobre cómo se sentía el protagonista? ¿Por qué esto es así?
6. Si te animás a hacer un collage con este cuento hacelo
“La casa de Asterión”
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaban; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
Jorge Luis Borges
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